Uno se pregunta por qué después del terremoto la gente sale a las calles a saquear y robar todo a su paso, como una masa implacable. Y nos respondemos que se trata de una necesidad que el gobierno ha sido incapaz de satisfacer, aun tres días después de la catástrofe. Pero cuando vemos muchos que corren, no con leche y pan, ni agua, sino con televisores, lavadoras, hornos eléctricos, entonces vemos que no se trata de subsistencia, si no de simple aprovechamiento. El sector oprimido y pobre se libera como una olla a presión, y quema. Se arma de cuchillos y pistolas, para salir a robar las casas abandonadas y aprovecharse de la desgracia de otros, haciéndolos aún más desafortunados. Pero ese no es el pueblo de Chile: es la gente.
El pueblo está conformado por trabajadores, personas que construyen sociedad y país; los otros, la gente, es la degradación del pueblo producto de la dictadura. La dictadura asesinó a aquellos que tenían conciencia social y buscaban la igualdad, pero dejó intactos a los que estaban ajenos a la política, a esos que no se preocuparon nunca de fraguar cambios en beneficio de la evolución social. La dictadura es un ejemplo del peor tipo de selección artificial que ha existido, ya que eliminó los mejores elementos de la sociedad (personas instruidas, luchadoras, optimistas, esperanzadas) para dejar Chile a disposición del lumpen, porque ellos mismos lo eran: lumpen la burguesía que se ofreció a Estados Unidos para retomar el poder; lumpen los militares que se hicieron del gobierno para prostituirse ante los ricos y tratar de emularlos; lumpen chileno que indicó dónde radica el verdadero origen de esta patria.
Al comienzo, un libertador ambicioso de poder que, apenas tuvo chance, asesinó a los que amenazaban con quitarle su posición, aunque hubiesen peleado junto a él por la independencia del país. Estoy hablando de O’Higgins, quien, entregado a la voluntad de San Martín, configuró la primera dictadura de Chile, sello inaugural de lo que sucedería en los años venideros: los mismos apellidos escritos en las actas de los primeros cabildos son los apellidos que regentan este país todavía.
Otros movimientos del lumpen vendrían más adelante a manifestarse desde la derecha chilena cuando, usando el boicot, impidieron que la igualdad de clases se concretara a través del sueño de la Unidad Popular. Allende, libre en su sangre de todo rasgo de lumpen, nunca usó la fuerza. Pero la lumpenburguesía salió a la calle con sus equipos de soldaditos civiles y después con soldados verdaderos para tomar el poder y aplastar a la nación chilena bajo los efectos del neoliberalismo.
Ahora se quejan, pero son los hijos de ese sistema, es la prole lumpen, hija de los actos de la burguesía quien halló eco en las poblaciones y hoy avanza a destruir y destruir sin provecho para nadie, acaso para ellos. El individualismo en su máxima expresión.
Hay una gran diferencia entre lumpen y pueblo: el lumpen no pertenece a una clase social determinada, es una actitud de los enajenados que no se acoplan con la conciencia de una sociedad justa para todos. Es la enfermedad que padece Chile, y el cuerpo ideológico del país está infectado en todas partes: lumpen aquellos que saquean supermercados armados con sus tarjetas de crédito, lumpen aquellos que saquean casas en ruinas con palos y piedras. En ese sentido el empresario aprovechador y el delincuente común son lo mismo, ambos cocodrilos, ladrones que azotan a su clase porque se sienten ajenos a ella. Pero nuestra clase es una sola: la condición humana.
Chile no es un país, es un territorio: un conjunto de parcelas agrupadas dentro de límites que no pertenecen al estado, sino al mercado. Es el lumpenestado por excelencia. Lumpen los gobiernos que propiciaron esta condición en el país; lumpen el comerciante que aumenta sus precios en un 500% ante la catástrofe; lumpen la prensa que a estas alturas ya está henchida del pánico que ha consumido; lumpen los saqueadores-aprovechadores de todas las edades; lumpen los políticos que autorizan la entrada de las grandes-destructivas mineras; lumpen los servicios públicos que autorizaron la instalación de plantas químicas sobre los ríos; lumpen los funcionarios que permitieron la construcción de edificios de cartón; lumpen, lumpen, lumpen.
Pero ¿cómo eliminar la metástasis del lumpen, arraigada en un espacio de a lo menos 200 años?
Tal vez sea momento de reconstruir no solo la fisonomía del país, sino también su alma y a partir de esta tragedia comenzar a plantearse la necesidad de crear un movimiento verdadero que le permita a Chile generar un proyecto de identidad y establecer lazos que unan, por fin, a sus habitantes.
Por Galo Ghigliotto
Poeta
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sábado, 13 de marzo de 2010
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